Y pensar que hoy caminé hacia la parada, y antes de cruzar Cabildo para tomarme el 44 en la mano de enfrente, miro como me saluda uno de los móviles mientras está doblando, lo que me pronostica una presumible larga espera. Llegue a la parada propiamente dicha, que dice “línea 44” con un sticker verde hermoso.
Como era predecible, estaba primero en la fila (fila que no había cuando llegué), y en pocos minutos tenía a mis espaldas un largo numero de aspirantes a pasajeros del 44 (lindo colectivo, lindo colectivo), sonaba cerca de mi oído medio, un disco de Fito… a dos personas de mi, ella parada con su pelo cortito, medio rubio, su bufanda y su bolsito, tan hermosa (“uno nunca sabe, uno buscará, lleno de esperanzas los caminos del azar”).
Ahí está, ahí llegó… a punto de subirme al colectivo, hice una señal con mi mano derecha tomando el cañito de la puerta con la izquierda, para dejar que la señora que estaba inmediatamente atrás mío suba primero. Subió primero la señora (-“gracias” –“no, por nada”) y la miré a ella, que seguía inmóvil en el poste, esperando al 168, que también para ahí. (“cuando vos cruzabas esas piernas para mi...cuando simplemente me mojaba...”), entonces me mira un ratito (tan hermosa) y pone su mejor cara de ternura, mordiéndose el labio inferior, (“mientras todo esto se esfumaba…”) y yo me subo al colectivo… listo para afrontar un día que acababa de alegrárseme…. y pensar que si salía un minuto antes, me tomaba otro 44, dejaba pasar a otra señora... y quizas no me miraba nadie.
4 comentarios:
Ojala yo tomara ese colectivo inspirador... pero no, me tenía que tomar el nueve.
Primer día de clases, de la tercera universidad que pruebo. “¿Estás nervioso Manuelito?”, “No, ¿por qué habría de estarlo? Esto ya es normal, nuevos sitios, otras caras, otros viajes, distintos destinos. Tan normal que parece cotidiano”. (Siempre que ando solo, me gusta hacer juegos de preguntas, como si viviera al mejor estilo Oliveira).
Llega el colectivo número nueve, al compás del concierto para fagot de Vivaldi; la vida con auriculares es como sentirse en una película, y yo, o vos, somos los actores. ¿No es maravilloso?
Subo y está lleno, claro, después de un breve análisis de dónde ubicarme, me acomodo y sigo escuchando la urgente subida de tonos y semitonos de los violines.
Miro las caras, intento adivinar las preocupaciones que conmueven a la rubia, que si no fuera porque soy un cobarde, le mordería con cuidado el labio inferior, “¿cuántos habrán deseado lo mismo al verla?”
Logro sentarme, recuerdo, y busco a la señora indignada de la que tanto habló Jota Jota. ¡Qué sorpresa! En este colectivo tranquilamente todos podrían estar indignados, a excepción del conductor, que cortésmente respondió a mí impertinente pregunta “¿éste va a la universidad?”, siendo que tenía un cartelito y que en esta ciudad (Río IV) todos los colectivos terminan el recorrido en la universidad. Pero bueno, uno disfruta la negligencia de ser nuevo, de sentirse de otro lado, y tener el derecho a extraviarse para que otros lo rescaten.
Muchas horas después, llego a casa, y leo la crónica de su día, y pensar que algunos dicen que la rutina aburre… Disculpen, pero la rutina, con el concierto para fagot de Vivaldi, las palabras de Jota Jota, y el conteo de todos los amores que perdimos (la rubia preocupada, y la morocha que esperaba el 168), y el viaje en colectivo, y la facultad, y el cielo, y el atardecer, y Yann Tiersen sonando en mis oídos a las 2:54 no me aburren.
...siempre que viajo en colectivo pienso en qué pensarán cada una de las personas que están ahí y trato de imaginarme sus vidas, de donde vienen y adonde van, porqué estarán tristes o contentos y quien los esperará al llegar a su casa...me imagino que si cada uno pensará como pienso yo, y si cada uno de los pensamientos formara nubecitas como en los dibujos animados, el colectivo se llenaría de nubes tan rechonchas como algodones de ázucar (sin ser tan pegajosos) y como pesaría poco el colectivo viajaríamos por el cielo, no habría problema con los baches ni con los embotellamientos en las avenidas y quizás algunos se reirían más, o se quejarían del smog...
y así cada viaje es una historia nueva, y una oportunidad de jugar a descubrir vidas o a inventar sucesos estrambóticos...
Esos encontronazos me gustan.. Por ejemplo cuando venís cruzando la calle y cruzás mirada con alguien que viene de la mano contraria. Son dos segundos.
O el mozo que te atiende siempre y te sonríe distinto.
Hoy me ragalaron el café, por ejemplo.
Esas cosas te cambian el día...
Es una hermosa forma de verlo. Lo voy a tener en cuenta cuando me pase con el 160, voy a estar atenta.
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